Pintura de Alfredo Ceverino
“¡Calle Ángel Cabral 1769!”, “¡Calle Ángel Cabral 1769!”, repetía y repetía. Gracias a eso, los vecinos pudieron saber rápidamente cual era el hogar del pequeño extraviado. “¡Calle Ángel Cabral 1769!”, “¡Calle Ángel Cabral 1769!”, decía con su voz chillona, como si solo eso supiera decir. Cuando la gente del lugar lo llevó hasta esa dirección parecía algo más calmado, pero igual no dejaba de repetir “¡Calle Ángel Cabral 1769!”, “¡Calle Ángel Cabral 1769!”. Uno de los vecinos allí reunidos tocó el timbre y detrás de la puerta se asomó una señora mayor con el rostro muy afligido, y que prontamente se transformó en una amplia sonrisa. “¡Mi bebé! ¡Mi bebé está bien! ¡Mi Paquito ha regresado a casa!”, gritaba con alegría la señora. A todo esto, el loro, llamado Paco, seguía gritando sin parar “¡Calle Ángel Cabral 1769!”, “¡Calle Ángel Cabral 1769…!”
2 comentarios:
jajjajaja ME gusta
gracias, gustavo, tus comentarios siempre son u naliciente.
fantástico el texto, me ha dado mucha gracia, y reconozco que me ha sorprendido el final.
siempre un gustazo.
saludos
jonessy
p.d.:la iguana debería ser infaltable en toda lista de reproducción.
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