Una noche, Niel tuvo un extraño sueño. Soñó que de la cúspide de una alta montaña brotaba el fuego más rojo que había podido observar durante su corta vida. Soñó que la tierra se estremecía cada vez con más intensidad, hasta que al fin el suelo se agrietó y comenzó a abrirse dejando ver profundos precipicios. Soñó que gigantescas olas ensombrecían las playas antes de derrumbarse e inundar toda la ciudad, toda la región, toda la isla… Niel, a pesar de ser solo un niño, comprendió pronto que todo aquello era más que un sueño: era en realidad una revelación. Y como era valiente y decidido, apenas terminó de vestirse, salió corriendo de su hogar rumbo a la plaza mayor, mientras no dejaba de gritar a viva voz: “¡El fin del mundo se acerca! ¡El fin del mundo se acerca!”. Obviamente nadie le prestó atención al pobre Niel, incluso algunos de los comerciantes allí instalados con sus tiendas lo sacaron a los empujones del lugar, ya que sus gritos molestaban a los clientes. El niño, triste, desanimado y muy cansado, volvió a su casa llorando, sabiendo que todo su esfuerzo había sido en vano.
Al día siguiente, la Atlántida, esa hermosa isla en la que vivía, desaparecería por completo bajo las furiosas olas del mar.
4 comentarios:
Nadie nos cree, a los niños ni a los borrachos. Mira que tengo avisado yo contra el capitalismo...
:O
jejeje el comentario de mera es tan certero
ay gustavo, ¿de dónde sacas estas cosas locas? me hizo estremecer este cuento, tan cortito y tan real :S
Me gusta, Gracias
Creo que sido una suerte encontrarte, me gusta leerte.
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