Obra de Rocío Tisera

martes, noviembre 14

Doce pasos


“En la cancha, mis jugadores dejan la vida” (Cualquier director técnico de fútbol, de cualquier lugar del mundo)

El Jugador número 10 del equipo visitante estaba a un par de metros de la pelota.Tenía la mirada fija en ella, mientras se iba acercando confiadamente para volver a acomodarla en el punto de penal. La ubicó de la forma que le pareció más adecuada y se quedó con sus brazos en jarra, esperando que el árbitro diera la orden de ejecución. En la tribuna que se encontraba detrás de ese arco, los hinchas rivales lo insultaban violentamente, mientras que algunos de los fanáticos más exaltados se trepaban por el alambrado perimetral, amenazando con ingresar a la cancha en caso de que él convirtiera el gol. Ellos le juraban que no saldría vivo de la cancha. El tablero electrónico del estadio indicaba que el marcador se encontraba cero a cero y que ya se había cumplido los noventa minutos reglamentarios. Lo más seguro, es que luego del penal, el réferi diera por terminado el encuentro. Este partido, no se trataba de uno más del torneo; era la mismísima final del Campeonato Nacional. Unas cincuenta mil personas colmaron entusiastas el Estadio Olímpico, y tal vez medio país lo estaba viendo en directo por televisión o escuchando por la radio. Esa era la presión que tenía que soportar ese número 10, que estaba a punto de convertirse en ídolo indiscutido del club, o en el caso de fallar, de transformarse en el blanco de todos los insultos de esos mismos hinchas de su equipo. El jugador miró el palo derecho del arquero, después el izquierdo, luego fijó su mirada en el arquero que intentaba intimidarlo con sus arengas, para terminar observando al árbitro que se demoraba en hacer sonar el silbato… hasta que finalmente, terminando con el patético suspenso, dio la orden. En esa fracción de segundo en la que inició la carrera para patear el penal, pasaron por su mente mil imágenes, en las que él aparecía convirtiendo el glorioso gol, para luego festejarlo bajo una lluvia de flashes, celebrando la histórica victoria por toda la ciudad… Tampoco podía dejar de imaginar la emoción que seguramente, estaba sintiendo en ese momento su familia, sus padres y sus amigos. Pero nada lo intimidaba. Él estaba absolutamente convencido, de que no había ninguna posibilidad de que fallara ese tiro penal. Hizo tres ligeros pasos, e impulsó la pelota con su pié izquierdo hacia el palo derecho, mientras el arquero se lanzaba, sin mucha convicción, hacia el poste contrario. La pelota se dirigió tan mansamente hacia la red, que antes de que ella cruzara la línea de gol, ese talentoso número 10 ya había iniciado una alocada carrera festejando el tanto del triunfo. Fue en ese momento cuando, desde la tribuna que tenía enfrente, un trozo de ladrillo fue lanzado por un violento hincha, impactándolo en la cabeza, a la altura de la sien. El héroe del partido cayó fulminado, exánime sobre el verde césped, mientras que la alegría de los hinchas, que ignoraban lo sucedido, se desataba en la tribuna visitante. Irónicamente, el jugador número 10 perdería la vida en el preciso instante en que el árbitro, mirando hacia el centro de la cancha, convalidaría el gol, decretando el fin del partido.

FIN

1 comentario:

Anónimo dijo...

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