Obra de Rocío Tisera

sábado, abril 30

Niña juega sola en la calle

Maya con muñeca - Pintura de Pablo Picasso

Era la hora de la siesta. Nadie se encontraba en la calle, excepto una niña de no más de tres años que andaba con su triciclo por la vereda. La puerta de su casa se encontraba abierta y, muy de tanto en tanto, se asomaba tanto su padre como su madre para cerciorarse de que ella estaba bien o para advertirle que no bajara a la calle. Pero de pronto, un auto se detiene frente a ella. Se abre la puerta del coche y una mano se asoma, mostrando unos caramelos. Esa persona la llama, le pide que se acerque, que no tenga miedo. Mientras tanto sus padres, en ese momento se encontraban ajenos a todo esto, y continuaban haciendo vaya uno a saber que, quizás viendo televisión, o recostados en la cama, o tomando mate, no importa mucho en realidad. Lo cierto es que ninguno de los dos salió a la calle en ese instante para saber si su pequeña hija estaba bien. La niña vio los caramelos tentadores, la sonrisa amplia del extraño, el bello auto que ese señor conducía, pero en ningún momento intentó acercarse a él, al contrario, comenzó a pedalear con todas sus fuerzas hacia la puerta, e ingresó a su casa como un rayo. Al ver esto, el conductor del auto huyó con rapidez del lugar, doblando bruscamente en la esquina. Esa niña tuvo muchísima suerte de no terminar secuestrada. Porque la nena no entró a su casa porque hubiera temido de ese extraño, sino que solo lo hizo para poder pedirles a sus buenos, responsables y dulces padres que le compraran una enorme bolsa de caramelos para ella sola.

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