Pintura en paredes en una casa en Beirut, obra de Arofish
Cuando terminé mi labor y vi a mi alrededor solo escombros, restos de madera y caños retorcidos, me sentí maravillosamente bien. Ya no me importaba que mi mujer me hubiera abandonado para irse a vivir con mi mejor amigo. Ni me interesa que me hubieran despedido del trabajo y me dejaran en la calle sin cobrar un peso. Nada me preocupaba. Solo sentía, tal como aún siento ahora, una gran calma, una paz espiritual que me envolvía. Ya no me agobiaba la furia, ni la ira, ni la impotencia, ni la vergüenza, ni la insaciable sed de venganza. Una dulce armonía me colmaba y me sedaba. El hecho de que yo con mi martillo hubiera destruido mi casa por completo, era algo totalmente secundario.
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