Una mañana, mientras cortaba el pasto en el jardín de la señora Borges Uriarte, vi de casualidad una de las cosas más maravillosas que puede presenciar una persona supersticiosa como yo: ¡Un trébol de cuatro hojas! Obviamente lo arranqué del suelo, lo puse entre medio de las hojas de mi documento de identidad y me dije: “De ahora en más, mi suerte va a cambiar, conseguiré un empleo decente, pagaré mis deudas, le daré a mi familia una vida digna…” Una hora después, terminé con mi labor y fui a cobrarle el trabajo a la señora Borges Uriarte. “Seguro que ahora, gracias a mi trébol, me dará una buena paga”, pensé con mucha ingenuidad. Pero no, no fue así. Esa vieja miserable, que tiene más plata que los que venden droga, me dio apenas unas cuantas monedas. Estuve a punto de insultarla y de mostrarle mi indignación, pero el recuerdo de mi trébol de cuatro hojas me calmó. “Al menos encontré mi talismán de la suerte”, me consolaba.
Esa misma tarde, antes de ir a casa, me jugué el mísero dinero que llevaba en mis bolsillos en un numerito de la quiniela, a un pálpito seguro. Convencido de que había hecho una buena inversión, me fui silbando rumbo a mi casa sin siquiera imaginarme que al llegar encontraría a mi esposa desnuda y en la cama… ¡Con mi mejor amigo! Amigo que automáticamente pasó a ser mi mejor enemigo, claro. Cuando reaccioné y quise echarlo a las trompadas de mi casa, mi mujer me pegó una cachetada, tiró mis pocas pertenencias a la calle, y al final el que terminó siendo echado de casa fui yo. “¡Vago! ¡Inservible! ¡Atorrante! ¡Caradura!”, me gritaba mi esposa, ahora mi ex esposa, claro, mientras lanzaba mis remeras, mis calzoncillos, mis medias… Mis tres hijos, ya adolescentes, no solo no me defendieron, sino que hasta parecían contentos con la llegada de un nuevo papá que parecía tener el dinero suficiente para darles el gusto a todos ellos. Resignado, metí mi ropa en un bolsito lo más rápido que pude para evitar las ya numerosas miradas de mis vecinos, ávidos de chismes, e intenté irme cuanto antes de allí, pero no alcancé a dar más que una docena de pasos cuando un patrullero se detuvo a mi lado. Un policía se bajo del móvil, puso cara de malo y empezó a hacerme preguntas, con tono prepotente como suelen hacer siempre, del tipo “¿Cual es su nombre?”, “¿En donde vive?”, “¿A donde va?”, “¿Que hace con esa ropa?”…Cuando me pidió que le mostrara lo que llevaba dentro del bolso supe que estaba en problemas y por más que intenté explicar la situación, todo fue en vano. Los agentes me tomaron por un ladrón de poca monta y, a los golpes, me metieron dentro del movil policial. Pasé toda la noche en la comisaría, pero gracias a Dios, a la mañana siguiente me liberaron. Lo primero que hice fue ir a una quiniela para ver que número había sido el ganador en el sorteo de la lotería. Grandísima fue mi desilusión al ver que el número que había jugado no había salido ni a los veinte. Sin tener a donde ir, sin dinero, y buscando un trago para ahogar las penas, aunque bien saben decir que las penas saben nadar, me metí en el bar en donde siempre se ir con mis compañeros de juerga a tomarme un buen vinito. Pero apenas el dueño del lugar me vio, me echó a las patadas, gritándome que nunca más me iba a dar algo al fiado y que si no le pagaba pronto lo que le debía, no solo me iba a reventar la cara, sino que también me iba a hacer meter preso. Por las dudas, temiendo terminar otra vez en el calabozo, salí corriendo del lugar con tanta mala suerte, que cuando distraídamente cruzaba la calle, un auto que pasaba a toda velocidad terminó atropellándome. Quedé malherido, tirado en la calle, sin nadie que me ayudara, y viendo como el conductor del coche que me arrojó por los aires, huía cobardemente de allí. Entonces, suspiré bien profundo, medité mi situación, y me convencí de lo que sin lugar a dudas tenía que hacer: debía desprenderme de una buena vez de ese maldito trébol de cuatro hojas que tantas penurias me estaba causando. Rengueando, adolorido y con un aspecto lamentable, llegué hasta la casa de la señora Borges Uriarte, toqué el timbre haciendo un gran esfuerzo y fui atendido por una empleada doméstica. Cuando la señora al fin se asomó por la puerta, pegó un grito histérico y estuvo a punto de desmayarse, impresionada al verme tan golpeado y ensangrentado. Pero yo rápidamente la calmé. “Estoy bien, no se preocupe, este trébol de cuatro hojas me salvó la vida en el accidente que acabo de sufrir. Disculpe que la moleste, pero lo primero que pensé luego de lo que me sucedió, es que quizás ahora le corresponda a otra persona disfrutar de la suerte de este trébol, y como usted siempre ha sido muy generosa conmigo, pensé que lo mejor que podía hacer era regalárselo a usted…”, le dije intentando contener la risa. La señora Borges Uriarte tomó el trébol, lo observó muy intrigada, y cerró la puerta olvidándose de mí. “¡Ahora morite vieja hija de puta!”, pensé, y me fui de allí contento por la maldad que había realizado. Pero no fue así. Esa misma semana me enteré, de boca de sus vecinos, que esa vieja miserable y despreciable, había ganado, nada más y nada menos, que quinientos mil pesos en el casino. ¡Por Dios! Ojala que nadie me cuente que al momento de ganar ese dineral, a la señora la hayan visto con un trébol de cuatro hojas entre las manos, por que de ser así… ¡Me las corto! ¡Juro que me las corto…!
FIN
Esa misma tarde, antes de ir a casa, me jugué el mísero dinero que llevaba en mis bolsillos en un numerito de la quiniela, a un pálpito seguro. Convencido de que había hecho una buena inversión, me fui silbando rumbo a mi casa sin siquiera imaginarme que al llegar encontraría a mi esposa desnuda y en la cama… ¡Con mi mejor amigo! Amigo que automáticamente pasó a ser mi mejor enemigo, claro. Cuando reaccioné y quise echarlo a las trompadas de mi casa, mi mujer me pegó una cachetada, tiró mis pocas pertenencias a la calle, y al final el que terminó siendo echado de casa fui yo. “¡Vago! ¡Inservible! ¡Atorrante! ¡Caradura!”, me gritaba mi esposa, ahora mi ex esposa, claro, mientras lanzaba mis remeras, mis calzoncillos, mis medias… Mis tres hijos, ya adolescentes, no solo no me defendieron, sino que hasta parecían contentos con la llegada de un nuevo papá que parecía tener el dinero suficiente para darles el gusto a todos ellos. Resignado, metí mi ropa en un bolsito lo más rápido que pude para evitar las ya numerosas miradas de mis vecinos, ávidos de chismes, e intenté irme cuanto antes de allí, pero no alcancé a dar más que una docena de pasos cuando un patrullero se detuvo a mi lado. Un policía se bajo del móvil, puso cara de malo y empezó a hacerme preguntas, con tono prepotente como suelen hacer siempre, del tipo “¿Cual es su nombre?”, “¿En donde vive?”, “¿A donde va?”, “¿Que hace con esa ropa?”…Cuando me pidió que le mostrara lo que llevaba dentro del bolso supe que estaba en problemas y por más que intenté explicar la situación, todo fue en vano. Los agentes me tomaron por un ladrón de poca monta y, a los golpes, me metieron dentro del movil policial. Pasé toda la noche en la comisaría, pero gracias a Dios, a la mañana siguiente me liberaron. Lo primero que hice fue ir a una quiniela para ver que número había sido el ganador en el sorteo de la lotería. Grandísima fue mi desilusión al ver que el número que había jugado no había salido ni a los veinte. Sin tener a donde ir, sin dinero, y buscando un trago para ahogar las penas, aunque bien saben decir que las penas saben nadar, me metí en el bar en donde siempre se ir con mis compañeros de juerga a tomarme un buen vinito. Pero apenas el dueño del lugar me vio, me echó a las patadas, gritándome que nunca más me iba a dar algo al fiado y que si no le pagaba pronto lo que le debía, no solo me iba a reventar la cara, sino que también me iba a hacer meter preso. Por las dudas, temiendo terminar otra vez en el calabozo, salí corriendo del lugar con tanta mala suerte, que cuando distraídamente cruzaba la calle, un auto que pasaba a toda velocidad terminó atropellándome. Quedé malherido, tirado en la calle, sin nadie que me ayudara, y viendo como el conductor del coche que me arrojó por los aires, huía cobardemente de allí. Entonces, suspiré bien profundo, medité mi situación, y me convencí de lo que sin lugar a dudas tenía que hacer: debía desprenderme de una buena vez de ese maldito trébol de cuatro hojas que tantas penurias me estaba causando. Rengueando, adolorido y con un aspecto lamentable, llegué hasta la casa de la señora Borges Uriarte, toqué el timbre haciendo un gran esfuerzo y fui atendido por una empleada doméstica. Cuando la señora al fin se asomó por la puerta, pegó un grito histérico y estuvo a punto de desmayarse, impresionada al verme tan golpeado y ensangrentado. Pero yo rápidamente la calmé. “Estoy bien, no se preocupe, este trébol de cuatro hojas me salvó la vida en el accidente que acabo de sufrir. Disculpe que la moleste, pero lo primero que pensé luego de lo que me sucedió, es que quizás ahora le corresponda a otra persona disfrutar de la suerte de este trébol, y como usted siempre ha sido muy generosa conmigo, pensé que lo mejor que podía hacer era regalárselo a usted…”, le dije intentando contener la risa. La señora Borges Uriarte tomó el trébol, lo observó muy intrigada, y cerró la puerta olvidándose de mí. “¡Ahora morite vieja hija de puta!”, pensé, y me fui de allí contento por la maldad que había realizado. Pero no fue así. Esa misma semana me enteré, de boca de sus vecinos, que esa vieja miserable y despreciable, había ganado, nada más y nada menos, que quinientos mil pesos en el casino. ¡Por Dios! Ojala que nadie me cuente que al momento de ganar ese dineral, a la señora la hayan visto con un trébol de cuatro hojas entre las manos, por que de ser así… ¡Me las corto! ¡Juro que me las corto…!
FIN
6 comentarios:
Tengo en casa una Rosa de Jericó que compré con la intención de encarrilar mi maltrecha vida amorosa. Aquello fue hace seis y años y aunque las cosas me han ido bien a otros niveles, el amor y la salud me han salido ranas. Llevo varios días que no le echo agua y se ha quedado encogida y sequerona como un matojito del desierto. He pensado regalarla por ver si la suerte se la reserva para otros.
Tal vez, como el trébol de tu historia, ciertas personas somos inmunes a los amuletos.
Magnífico cuento. Como todos.
Un abrazo
Sancho, que también tuvo a milagro la mejoria de su amo rogó que le diese de él lo que quedaba en la olla... y así, primero que vomitase le dieron tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y desmayos, que él penso bien y verdaderamente que era llegada su hora... (fragmento del cap. XVII).
¡Que manía le acabo de coger a esa vieja!
hace muchos años he buscado el trebol de 4 hojas ,pero sin ningun fruto, un dia cuando venia de mi trabajo,me baje del auto bus, venia distraida,y me parecio ver un trebol de 4 hojas, pero no me aserque y segui caminando por que a 20 centimetros de el habia un señor con un pero, segui caminando y un poco mas lejos espere que el sr se fuera, y si, me debolvi y busque en poco por que la verdad es que no lo vi muy bien,y claro ahi estaba mi corazon dio un buelco de alegria me parecia mentiras pero ya lo tenia en mis dedos, lo puse en un libro y lo conservo como mi talisman se que toda mi vida va ha cambiar por que de esto hace apenas 15 diasestoy muy contenta. pero eso no es todo hoy venia por el mismo sitio, que no lo olvido y mirando haber si habia otro cuando vi uno que parecia de 5 hojas, lo coji, como con susto, me puse amirarlo y cual fue mi sorpresa cuando vi que tenia 6 hojas.ahora no se como guardarlo para que se le vean las 6 hojas que 4 son normales pero las 2 del centro son mas pequeñas . gracias si alguien me dice algo, sera que lo inscribo en los guines?
Para mi, que la planta de la que escogiste tu trebol de 4 hojas y otro de 6 hojas no seria una planta de treboles, habria q ver si se trata de dicha planta u otra que pueda tener esa flor similar a la del trebol.
adivinen que hoy me encontre dos treboles de 4 hojas,,,
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