PERRITOS: Cuando yo era chico, tenía una perra que se llamaba Tita y que había dado a luz a siete cachorritos. Los perritos eran muy bonitos y juguetones, excepto el que nació al último, o sea, el séptimo, que tenía esa maldita costumbre en cada noche de luna llena, de convertirse en niño. En un niño muy malcriado, para colmo.
ESPERANDO EL ÓMNIBUS: Hace mucho tiempo que espero el ómnibus. Tengo la sensación de que hace varios días que estoy aguardando, en esta sucia parada de autobús perdida en medio del desierto, que aparezca el maldito coche que me debe llevar a casa. Tengo hambre, frío, sed, sueño, cansancio... ¡Pero aguarden! Creo ver algo a la distancia que se acerca con prisa... ¡Si! ¡Si! ¡Es el ómnibus! Alla viene a toda velocidad por la ruta, ahí pasa adelante de mí como si fuera un rayo, allá va a lo lejos perdiéndose en el horizonte... Maldita debilidad que me dejo sin las fuerzas necesarias para extender mi brazo y así poder hacerle las señas para detenerlo...
IMPOTENCIA: No se me para. La pulposa prostituta se contornea con mucha sensualidad delante de mí, pero no hay caso, mi miembro viril continúa flácido, sigue innerte, desmayado, sin vida. Te odio Priscila. Te odio con toda mi alma. Tu amor, tu desamor, me han convertido en un pobre y ridículo impotente que no puede dejar ni un solo segundo de pensar en tí. Ni siquiera en este momento.
SOL DE MADRUGADA: Una vez, siendo niño, mi bisabuela me contó que cuando ella era chica, en plena madrugada, apareció de pronto en el cielo un sol gigante y resplandeciente. Recuerdo muy bien que yo la interrumpí diciéndole que eso era imposible. Ella me respondió que lo verdaderamente imposible, fue poder dormir aquella fulgurante noche.