Obra de Rocío Tisera

domingo, noviembre 30

El diluvio universal


Hace más de diez días que llueve sin cesar, y hasta pareciera que cada vez la precipitación se vuelve más intensa. Las aguas ya nos llegan hasta la cintura, y eso que nos encontramos en una de las zonas más altas de la región. La desesperación llevó a la gente a reaccionar de una forma impensada tiempo atrás, muchos se dejaron llevar por los excesos, cayendo en las drogas, el alcohol, la perversión y la violencia. Otros, dándose cuenta de que la situación era extrema, optaron fatalmente por el suicidio. Solo algunos pocos, entre los que me encuentro, luchamos por sobrevivir. Por ejemplo, yo no me he dado por vencido y ya he rescatado a varias parejas de animales, de la mayor cantidad de especies que pude hallar, con la intención de preservarlos de una segura extinción y darles una nueva oportunidad para el futuro. Junto con mi esposa y mis hijos estamos a punto de terminar con la construcción de una gigantesca barca y quizás en un par de días ya estemos listos para zarpar y poder navegar en este océano inmenso que se encuentra sobre lo que alguna vez fue mi ciudad. Llueve, sigue lloviendo, y pareciera que nunca más dejará de caer agua del cielo.

sábado, noviembre 29

El poeta de la plaza


El poeta estaba sentado en un banco de la plaza, escribiendo una de las más profundas obras que su sensible alma podía parir. De pronto, una hermosísima dama cruzó delante de él y por un segundo, ella lo sustrajo de su mundo íntimo e inspirado y fue subyugado por su belleza. Entonces, el poeta, obnubilado, entreabrió sus iluminados labios y pronunció a viva voz, para que escucharan todos los ocasionales transeúntes, las siguientes palabras: “¡Mamasa! ¡Te chupo las tetas!”. Luego de pronunciar esa frase y de escuchar el consiguiente insulto vergonzoso de la muchacha, el poeta volvió a internarse en la celestial poesía en que trabajaba en su cuaderno de apuntes, permaneciendo durante toda la tarde, sentado en ese banco de la plaza. “A veces la poesía”, escribió el poeta, “ante la incapacidad de poder hallar aquellas metáforas que reflejen con sensibilidad y fidelidad determinado acto u objeto, se rebela contra el propio poeta, desembocando ese torrente de pasiones y emociones en ocultas palabras que jamás creeríamos animarnos a expresar…”
¡Qué profundo! ¿No?

jueves, noviembre 27

Lo que me sucedió aquella tarde


Era algo así como las cinco de la tarde. Venía del trabajo algo cansado y estresado por la dura jornada, pero dudo que ello haya influido de algún modo con lo que me tocaría vivir en esas próximas horas. Se que no hubo ninguna alucinación, ningún delirio, no estaba ni borracho, ni drogado, ni demente.
Me bajé del colectivo deseando llegar cuanto antes a casa, tomarme un par de mates, darme un baño y recostarme un rato. A eso de las nueve de la noche, un amigo vendría a buscarme para jugar al fútbol.
Llegué a casa, abrí la puerta y apenas crucé el umbral de la puerta, tuve una mala sensación, un trágico presentimiento, como que algo indebido y macabro estaba a punto de suceder.
Entré al living y ahí mismo fue que lo vi. Había un ataúd, coronas florales, velas encendidas… Era un velorio ¡En mi propio living! La casa se hallaba vacía, la puerta no había sido violentada, las ventanas se hallaban cerradas. ¿Cómo llegó todo eso allí?
No puedo describir el medio con el que me acerqué lentamente al ataúd. Dudaba en ir con los ojos cerrados o no, pero como aún corría el riesgo de que todo fuera algún engaño de mis enemigos o al contrario, una pésima broma de mis amigos, junté un poco de valor y fui al encuentro del cadáver. Observé, casi temblando, que el ocupante del cajón mortuorio era un tipo mayor de edad, quizás de unos setenta años. Pero había algo en él, que despertaba en mí un fuerte escalofrío. ¡Era el gran parecido que tenía conmigo! El pánico aumentó cuando pude observar la inscripción que llevaba grabada la placa del ataúd. “Patricio Bengoechea 1980- 2055”.
Huí despavorido de la casa, y ya no me importó si todo se trataba de una broma ni si mis amigos se hallaban escondidos en algún lugar de la casa, meándose de risa de cómo estaba reaccionando. Llegué hasta la puerta en solo un par de segundos y cuando me encontré en la vereda me que dé agitado y confundido. Lo que acababa de presenciar era algo descabellado e ilógico.
¿Quién podría tomarse el trabajo de hacerme una broma como esta?
Junté aire, tomé valor y volví a ingresar a casa, impulsado por una mezcla de curiosidad y de inconciencia.
En esta oportunidad, la primera sensación que me invadió cuando entre a mi hogar fue de una especie de alegría, de júbilo. Llegaba hasta mí un dulce aroma, una especie de fragancia fresca, floral y con un toque dulzón. Nunca había utilizado ningún desodorante de ambiente de ese tipo. Fui hasta el living y sentí que todo volvía a la normalidad. Ya no se encontraba mi “velorio” en esa sala.
Respiré aliviado, me refregué los ojos y me dije “ya está, ya pasó todo”.
Decidí obviar el par de mates y darme una tibia ducha inmediatamente. Quizás el estrés diario me estaba comenzando a afectar. Fui hasta mi dormitorio a buscar un toallón limpio y de pronto todo comenzó de nuevo. Me pareció escuchar un ruido bastante extraño proveniente de mi cuarto. Tomé un escobillón, lo empuñé firmemente y me dispuse a partirlo en la primera cabeza que se me apareciese. Cuando ingresé a mi dormitorio, el lloriqueo de un bebé cortó con el tenso clima que se había creado y me dejó confuso y perplejo. Un bebé, de no más de un par de días de vida, se encontraba en mi cama. Él se encontraba solo, completamente solo. Me acerqué, lo tomé en mis brazos y lo contemplé de cerca para asegurarme que se hallaba bien. El bebé, gordito y hermoso, parecía encontrarse bien de salud, pero de todas formas su imagen volvió a despertar en mi aquella extraña sensación. ¿Puede ser que ya haya visto a este niño en alguna otra ocasión? Estaba completamente seguro de haberlo visto en algún lado, en un video casero, o en un álbum de fotos… Pero claro, eso es…el video, las fotos… Ese bebé que tenía en mis brazos era… ¡Yo! O sea era yo cuando solo era un bebé… Dejé al niño en la cama justo cuando comenzaba a llorar otra vez y salí nuevamente corriendo en busca de la calle. Me detuve otra vez en la vereda y comencé a debatir en mi interior.
¿Qué mierda estaba sucediendo? ¿A quien contarle todo esto? Y por sobre todo ¿Dónde dormiría en la noche?
Retomé la iniciativa y otra vez me dirigí hacia la puerta de mi casa. Repetí el procedimiento de tomar aire y de juntar valor y llevé mi mano hasta el picaporte. Para mi sorpresa, la puerta se hallaba cerrada. ¡Cerrada! Sin saber que hacer, desesperado y aturdido, toqué el timbre de mi casa sin cuestionarme por lo ridículo que ello era.
A esa altura de las circunstancias, de haber sido espiado por algún curioso vecino, lo más probable es que lo hubiese alarmado por mi demente comportamiento. Doy gracias a Dios de que aquella tarde, vaya uno a saber porque, ninguna persona se encontraba en la calle.
Volví a tocar el timbre, haciéndolo sonar un rato más que la primera vez y está vez la puerta se abrió. Mi aterrada mirada fue presurosa en busca del rostro de la persona que me atendía y en ese momento fue cuando mi miedo llegó a su punto máximo.
La persona que estaba detrás de la puerta… ¡Era yo…!
Los dos tuvimos exactamente el mismo gesto de sorpresa, la misma mueca de pánico y la misma desesperación. Cuando mi otro yo cerró violentamente, espantado por mi presencia, yo aparecí dentro de casa, con mi mano derecha cerrando el pasador y con mi mano izquierda dando vuelta a la llave.
No alcancé a reponerme y para terminar de enloquecer, el timbre de casa volvió a sonar…
¿Qué más podría llegar a pasar?
Me asomé tembloroso por la mirilla y cuando parecía que mi corazón estaba a punto de estallar, apareció ante mis ojos el entusiasta rostro de mi amigo.
-¡Dale Pato, se nos hace tarde para ir a la cancha!
Era mi amigo que venía a buscarme para ir a jugar al fútbol. Lo hice pasar, busqué rápidamente la ropa que necesitaba para hacer deporte y huí de la casa.
¿Si le conté algo? ¡No! Que le iba a contar… ¡Se me iba a cagar de risa!
Al terminar el partido, me preocupé en tomarme no menos de seis litros de cerveza para llegar a mi casa bien borracho e inconsciente, cosa de no darme cuenta si algo insólito volvía a suceder. Aunque no tuve esa suerte. ¡Y ni la borrachera me ayudó!
Pero a esto no lo puedo contar ahora, aunque tengo la esperanza que una vez que sepan la verdad, puedan comprender porque opté por guardar silencio…

miércoles, noviembre 26

Los quince


Clara estaba muy contenta. Faltaba poco para su cumpleaños y ya comenzaba a ilusionarse con su ansiada fiesta y sus posibles regalos. “Tengo que ser pretenciosa, al fin y al cabo, para una mujer no hay nada más importante en su vida que cuando cumple los quince años. Y la verdad, no me preocupa que mis padres hoy estén muy enojados conmigo, yo se que ellos igual están preparándome una fiesta grandiosa e inolvidable.” De pronto, el llanto de un bebé interrumpió sus pensamientos. Ella se acercó hasta la cuna, volvió a ponerle el chupete y el niño siguió durmiendo con esa imagen tierna que poseen todos los bebés. Clara siguió soñando… “Voy a invitar a todos los chicos del colegio, a las chicas de jockey, a los del taller de arte. Vamos a ser más o menos unos setenta, claro, sin contar a mis primas y a las chicas de la cuadra. Ojalá venga Lautaro, me gustaría que los dos bailáramos bien juntitos toda la noche. Aunque Fausto no está nada mal, también me gustaría bailar con él. Y bueno, tampoco me molestaría bailar con Tomás…” Ella se encontraba muy ilusionada, aunque no podía impedir sentir también algo de preocupación. “Ojalá que mis viejos no estén muy disgustados conmigo, no vaya a ser que utilicen lo de mi fiesta para intentar condicionarme con algo raro, con un castigo o algo por el estilo…” El bebé volvió a llorar, pero esta vez no se calmó con el chupete como en la anterior ocasión, esta vez el llanto parecía que era por hambre. “¿Y que pediré de regalo? Podría ser una computadora nueva, una larga visita al shopping para comprarme la ropa que quiera, o tal una moto, o… Mejor no me ilusiono tanto, no vaya a ser que mis viejos estén enojados en serio y solo me paguen la fiesta ¡y nada más!” El pequeño niño comenzó a llorar y a llorar cada vez más fuerte y Clara no tuvo más remedio que levantarlo de la cuna y pasearlo en sus brazos por toda la habitación. “¡Ay bebé, bebé! ¡Qué molesto que sos! ¿Tenés hambre?” El hermoso niño de no más de dos meses de vida, se calmó un poco al sentir el cálido y acogedor cuerpo de su madre, pero aún continuaba sollozando. Clara se sentó en el borde de la cama, levantó su blusa y acomodó su pecho para alimentar a su bebé. “¡Bueno mi amor! Ya está, ya está, no me lloré más que ahí tiene su comidita… Bueno, ¿en que estaba? ¡Ah! Mis quince, ¡cierto! Me pregunto si mis viejos ya me habrán perdonado, si ya se les habrá pasado la furia que les causó la noticia, pero no se aflija mi bebé, tus abuelos te aman muchísimo, te puedo asegurar que más que a mí. Tenés que entenderlos, ellos nunca se esperaban que sucediera algo así, y claro, mucho más los disgustó que el hijo de mil putas de tu papá escapara como un cobarde apenas se enteró de que estaba embarazada de ti. Y bueno… ¿Te digo la verdad, mi bebé? Si festejo o no mi cumpleaños, realmente ya mucho no me importa. Lo que si te puedo asegurar es lo grandiosa que va a ser la fiesta de tu primer cumpleaños, va a tener muchos globos de colores, un enorme castillo inflable, payasos, títeres, una torta gigantesca… Total, calculo que de acá a diez meses a tus abuelos se les va a pasar la bronca. Al menos, eso espero…”

lunes, noviembre 24

Mi jefe


Todos los días, mi jefe me pregunta a los gritos porque llego tarde al trabajo. Durante minutos, largos minutos a veces, él me recrimina por mi falta de responsabilidad, amenazándome con sancionarme, suspenderme, despedirme… Yo intento justificarme, explicarle el motivo de mi demora, pero no hay caso, no me escucha, solo grita y luego se va, insultándome enloquecido, metiéndose en su oficina ofuscado para terminar cerrando la puerta con furia en mi propia nariz. Aunque a decir verdad, se que de todas maneras tampoco le gustaría escuchar mi explicación de lo que en realidad sucede. ¿Cómo le explico que si llego tarde es porque antes de venir al trabajo yo paso por su casa para visitar a su esposa? No tengo la culpa de que él esté todo el día encerrado en su oficina y se olvide por completo de su mujer. Ni tampoco tengo la culpa de que su fogosa mujer no quiera que yo me vaya tan rápido de su casa…

domingo, noviembre 23

Noche de pesadilla


Juan se despertó sobresaltado y tembloroso. Acababa de tener un sueño, que si bien era absurdo, lo había hecho transpirar de terror. Él soñaba que un horrible Hombre Lobo lo perseguía incansablemente a través de un frondoso bosque, bajo la clara luz de la luna llena. Juan se levantó tambaleante y, aun algo aturdido, fue hasta el baño para lavarse la cara y así terminar de despertase. Bebió un poco de agua y ya algo repuesto, se dirigió a su dormitorio. Pero, apenas ingresó a su cuarto, vio una imagen que de tan ridícula, se volvía a la vez espeluznante y fantástica: sobre su cama, parado allí sobre ese colchón en el que minutos antes había estado durmiendo, un espantoso Hombre Lobo lo observaba fijamente con sus ojos rojizos. Juan quedó paralizado de pánico, y ello dio tiempo para que ese ser fantástico empezara a mover dificultosamente su hocico y su lengua, intentando pronunciar algunas palabras humanas. Entre frases y gruñidos, el Hombre Lobo alcanzó a decirle a Juan: “Yo tampoco puedo dormir. ¡Sueño que me persiguen vampiros a través de un frondoso bosque, cada vez que las nubes ocultan la luna! ¡AUUUUUUUU!...”

Este estúpido cuentito, demuestra que tener miedo es mucho más común de lo que parece y que cualquiera puede sentirlo, incluso aquellos a quienes nosotros le tememos.
Bueno, esto lo termino acá nomás, porque estoy sintiendo unos gruñidos muy extraños en el patio.
Hasta la próxima…

viernes, noviembre 21

Mi rastro


He pasado la vida entera escapando de ti, pero por cada lugar que paso voy dejando pistas que delatan mi marcha. Temo que pierdas mi rastro y que ya no sepas como encontrarme y que, perdida entre mil caminos, optes por olvidarme para siempre. Mientras huyo, sueño con ese día en el que al fin te encontraras frente a mí, con tu sonrisa burlona de siempre y tu mirada más desafiante que nunca, feliz de demostrarme que otra vez he fracasado.
Intento ocultarme, pero sin poder dejar de repetir constantemente tu nombre, mi divino mantra, y sin querer, pero queriéndolo, te guío hasta el lugar en que me depositó el destino, y sin desearlo, pero sin evitarlo, te imploro, con mi alma, que de una vez por todas me encuentres. Por favor, encuéntrame…

jueves, noviembre 20

Shato


Este es mi gato Shato. Rocío, mi hija, lo encontró en la calle, se enterneció y al verlo abandonado no tuvo mejor idea que adoptarlo (Ella, con sus 8 años, sabe imponer sus decisiones, como pueden ya haberlo adivinado) Y bueno, que le vamos a hacer… a la larga uno también se va encariñando. Así, como pueden apreciarlo en la foto, está todo el día. Lo único que hace es comer, cagar y dormir. Pensándolo ahora, quizás por eso me cae bien: ¡somos los dos iguales y me siento identificado con él! Claro, con la diferencia que él estando al pedo queda re-dulce, y yo quedo como un reverendo vago de mierda…

martes, noviembre 18

El bebé de Delia


Delia no lo dudó ni un instante. Apenas se dio cuenta que la mujer del cochecito se separaba apenas un par de metros del bebé para conversar con una señora, ella se acercó rápidamente, levantó al bebé del cochecito y ya con la criatura en sus brazos, salió corriendo con todas sus fuerzas, alejándose de la plaza. Detrás de ella escuchaba los gritos de la madre del bebé, pero más fuerte que eso, escuchaba los fuertes latidos de su corazón: no era por miedo ni por el esfuerzo físico, era por emoción, porque por primera vez con ese bebé en los brazos podía sentirse madre, una madre común y corriente, como casi todas las mujeres del mundo. Ya no sería la mitad de una mujer, el error de un Dios que la hizo infértil, estéril como un desierto, vacía de vida como una piedra. Delia ya podía imaginarse llegar a casa con su bebé, cambiándole los pañales, preparándole la mamadera, aunque seguramente, lo primero que haría con el niño es ponerle un nombre. “Federico es un buen nombre para un bebé”, se dijo a si misma. “Aunque Candela también”, advirtió a tiempo. Ella no había tenido tiempo de saber el sexo de la criatura que llevaba en brazos, en medio de su alocada carrera. “Mi bebé”, ¡Por fin mi bebé! Pensaba Delia, y se imaginaba que todas esas muñecas que ella poseía y con las que jugaba a ser mamá a pesar de sus 30 años, ahora pasarían a ser de su bebé, de su primer hijo de carne y hueso.

Quizás, distraída entre tantos pensamientos, ella se olvidó de la situación en la que se encontraba, y no se percató de que un par de señoras que pasaban por ahí, alertadas por los gritos de la madre del bebé, se le acercaron sigilosas por detrás. Una de las mujeres se le colgó del cuello, mientras que la otra, con mucha velocidad, le quitó el niño que lloraba desconsoladamente, justo antes de que se cayera al suelo. Delia terminó en el piso, llorando y gritando incoherencias, mientras un grupo de personas que llegaba al lugar y que habían estado persiguiéndola, comenzó a escupirla y a patearla salvajemente.

En los medios de prensa en un principio se dijo que Delia integraba una peligrosa banda internacional que se dedicaba al robo y tráfico de bebés, niños que luego eran dados en adopción por grandes cantidades de dinero, o incluso algo peor, bebés robados a los que le extraían sus órganos por mucho más dinero aún. Lo cierto es que luego de una larga investigación y un dilatado juicio, Delia evitó terminar en la cárcel, pero no pudo zafar de acabar internada en un hospital siquiátrico. Allí, encerrada y sedada constantemente, llora cada noche, implorando y suplicando con interminables gritos que le devuelvan a su bebé. Pero no pide aquel que intento robar en una ya lejana y confusa mañana, sino aquel que ella cree que le robó Dios, al darle una vida estéril y solitaria.

Un tiempo después, ya nadie se acordaba de este suceso y mucho menos, de cómo se llamaba aquella pobre demente. Seguramente, en los medios de comunicación, ya habían encontrado temas más importantes de que hablar…

domingo, noviembre 16

Mía


Veo tu cuerpo,
tu piel desnuda
blanca,
deliciosa,
y algo repentinamente
se activa en mí;
no es erotismo,
no es pornografía,
no es amor;
es erotismopornografíamor,
y esa exquisita sensación
de sentirte mía,
y solo mía,
y nada más que mía,
al menos
por esos momentos
en que detenemos el tiempo
e incendiamos el mundo
al hacer el amor.
Veo tu cuerpo,
tu piel desnuda,
y la vida
por fin tiene un sentido
para mí.

sábado, noviembre 15

¿Te querés casar conmigo?


En medio de la peatonal céntrica de Córdoba, un joven detiene a una muchacha que caminaba distraída.
-¿Te querés casar conmigo?
-Disculpame, ¿qué decís?
-¿Te querés casar conmigo?
-¿Me estás haciendo una broma? ¿Por qué no te dejás de joder?
-¿Te querés casar conmigo?
-¿Pero a vos que te pasa? ¿Estás loco?
-¿Te querés casar conmigo?
-Bueno, es demasiado, te estás pasando de la raya. ¿Podés dejarme en paz? ¿Por qué no me dejás tranquila?
-¿Te querés casar conmigo?
-Me cansaste, no me gusta andar haciendo escándalos, pero si me seguís molestando voy a llamar a ese policía que se encuentra allá y…
-¿Te querés casar conmigo?
-¡Agente! ¡Agente! ¡Por favor!
-¿Te querés casar conmigo?
-Si señorita, ¿algún problema? ¿El señor la está molestando?
-Si, este imbécil no deja de molestarme, no se si está loco o si se está haciendo el vivo porque…
-¿Te querés casar conmigo?
-¿Escucha? ¿Se da cuenta, agente? Hace cinco minutos que me retiene aquí y no me deja de preguntar lo mismo, parece un disco rayado y…
-¿Te querés casar conmigo?
-Bueno, hagamos una cosa para terminar esto por las buenas, a ver si me entiende señor, la señorita le va a responder a su pregunta y usted dejará de molestarla.
-Pero agente, ¿Cómo se le ocurre que yo desearía casarme con este individuo que no conozco y que me parece insoportable y despreciable?
-Si señorita, contéstele de una buena vez así él la deja marchar. Y si a pesar de todo sigue molestándola, ya mismo lo llevo arrestado a la comisaría por…
-¿Te querés casar conmigo?
-¡No, estúpido! ¡No, infeliz! ¡Ni loca me caso con vos! ¡Hasta nunca y dejame de molestar!
La muchacha se alejó rápidamente del lugar y el joven se quedó con la mirada fija en el suelo, preso de una gran desazón y tristeza. El agente de policía, confundido pero algo conmovido por su reacción, le palmeó la espalda intentando animarlo. Le acarició el rostro con mucha ternura, y levantándole suavemente el mentón, le habló con voz dulce sin dejar de mirarle a los ojos.
-¿Te querés casar conmigo? –Dijo el agente.
-¡Claro que si! –Dijo el joven.

viernes, noviembre 14

Redacción escolar de un niño de quinto grado


Redacción: "Mi deporte favorito" de Alejo Zanardi. Quinto Grado "A"

Al medio día, apenas salimos del colegio, con mis amigos nos ponemos a jugar fútbol en la calle en donde vivo, aprovechando que esta es una de las de menos tráfico.
Antes jugábamos en una canchita que habíamos hecho en un sitio baldío que quedaba a tres cuadras de ahí. Pero un día, tapiaron ese terreno y al poco tiempo levantaron un edificio de seis pisos.
Sin embargo, jugar en la calle tiene sus encantos: se puede tirar paredes con el cordón de la calle, se potencian los reflejos al gambetear árboles y cestos de la basura, se gana en velocidad y destreza cada vez que hay que sacar con los pies la pelota que queda prisionera debajo de un auto estacionado, etc.…
Pero también tiene sus cosas negativas, o mejor dicho, tenía su cosa negativa. Cuando la pelota caía en la casa el viejo Gómez, nunca más la recuperábamos. Y si lo hacíamos, seguramente era solo de una de las mitades en que había quedado la pelota.
El viejo, nos vivía insultando porque decía que cada vez que la pelota caía en su jardín destruía sus flores y plantas. Por lo tanto, siempre existía la amenaza cierta de que en un despeje desesperado o en un pase largo, la pelota tomara altura y cayera en ese maldito patio, lo que suspendía indefinidamente el partido. Algunas veces, trepábamos la alta tapia de esa casa para poder rescatar el fútbol, pero no siempre encontrábamos un intrépido aventurero que se animara a llevar a cabo esa riesgosa misión. Sobre todo luego de esa ocasión en que al gordo Maxi lo encontró el viejo Gómez sentado en la tapia de la casa, dispuesto a dar el salto sobre el jardín. El viejo tomo un palo de escoba dispuesto a partírselo por la cabeza.
Una vez, en un partido muy disputado, tuve la mala suerte de patear la pelota mientras rebotaba cerca de mi arco y la mandé, obviamente, a la casa del viejo Gómez. Como yo fui el culpable, no me quedó más remedio que treparme por la pared. De tocar el timbre para pedírselo por las buenas, lo más probable (lo supo hacer varias veces) era que antes de entregarme la pelota, le clavara un cuchillo rompiendo la cámara y varios cascos del fútbol. Sin dudarlo, me trepé y aún enceguecido por el miedo, salté sobre el jardín.
Caí arriba de unos geranios, pero pudo haber sido peor, ya que un metro más allá se encontraba un gigantesco rosal con sus enredadas espinas. Me sacudí la ropa rápidamente y una vez que levante la vista contemplé una imagen increíble. En el rincón de la galería que daba al lavadero, había un cesto de ropa que no tenía precisamente ropa sino… ¡Todas las pelotas que habíamos tirado allí!
Inconsciente, fui directo hacia ellas sin darme cuenta de la presencia de un enorme perro, un gran danés, que por suerte se encontraba encadenado.
Los ladridos alertaron al viejo Gómez que se encontraba en el interior de la casa, por lo que alcancé a tomar unas tres pelotas del cesto y mientras corría hacia la tapia, las iba tirando hacia la calle, en una carrera enloquecida en la que iba pisando margaritas, claveles, violetas… No me hizo falta darme vuelta para saber que detrás de mí venía corriendo el viejo Gómez con una escoba. Sus gritos enloquecidos no hacían más que darme más velocidad para huir de allí, sobre todo luego de sentir como los escobazos surcaban por el aire, despeinándome. Cuando comencé a trepar la tapia, me di cuenta que el viejo había dejado de perseguirme. Antes de saltar a la calle, volví mi mirada y lo pude ver agitado, con sus manos sobre el pecho y un gesto que desfiguraba su rostro. Una vez en la calle, solo atiné a decir: ¡Vamos, corramos rápido! Y escapamos de allí. A la tarde, volvimos a la calle a jugar y pudimos ver como una ambulancia llevaba en camilla a una persona totalmente cubierta con una sábana blanca.
Ahí nos dimos cuenta de que el viejo Gómez había muerto, probablemente de un ataque al corazón.
Al día siguiente, en su entierro, llevamos cientos de flores entre todos los chicos y las arrojamos sobre la tumba. Todos sus familiares se emocionaron con ese simbólico gesto, pero seguramente no lo entendieron.
Esas flores las cortamos de su jardín, luego de haber recuperado todas las pelotas de fútbol que ese viejo maldito nos había robado durante todo ese tiempo.
¡Ah! Por cierto, mi deporte favorito es el fútbol.

miércoles, noviembre 12

Mi amada


Estaba en la cama, desnudo, exhausto, fumando un cigarrillo, el último.
Ella, como siempre, estaba fría, tiesa, distante, pero a la hora del amor, era insaciable y única. Era mi preferida y ella lo sabía.
Hacía un año que la había comprado y a partir de ese momento supe que ya jamás la podría abandonar. Pero esa misma noche sucedió el accidente.
Mientras estaba en la cama, buscando una posición más cómoda, estiré demasiado el brazo derecho y el cigarrillo que sostenía quemó el brazo de ella. Y ella, que hacía solo minutos me había llenado de satisfacción, comenzó a desinflarse.
Cuando me percate de lo que había hecho, enloquecido, arrojé ese maldito cigarrillo con tanta mala suerte, que cayó sobre mis ropas que estaban colocadas sobre una silla.
Esa desafortunada acción originó una llama que tuve que sofocar arrojándole la botella de champagne que descansaba en el balde. Pero eso no era lo que lamentaba.
Mi dolor era por ella, que se estaba quedado sin vida, desinflándose lentamente sobre la cama.
Me fui corriendo hacia el garaje y busqué entre mis herramientas un parche y buen un pegamento para curar la grave herida que sufría mi amada.
Con mucho esfuerzo, pude destapar el pomo de “Superpegamento”, pero entre los nervios y la suerte que me seguía siendo esquiva, terminé derramando el pegamento sobre mis genitales...
Como aun me encontraba desnudo, me cubrí con una vieja colcha que encontré en el garaje y me subí desesperado al auto para ir velozmente al hospital.
Dos días estuve internado y no se si me dolían más los genitales o mi amor propio.
Pero al menos, algo positivo salió de todo este trágico accidente.
Y es que luego de esto no me costó para nada abandonar ese maldito vicio del cigarrillo.
Lo que nunca podré abandonar será a ella, a la única, a mi amor, que una vez parchada siguió siendo la amante más sensual y sumisa del mundo.

martes, noviembre 11

Laberintos


Ya que la vida se quema,
quiero al menos
aspirar el humo,
intoxicarme con la esencia
latente de mi ser.
Dispersarme en el silencio,
disiparme en la noche,
sentir que el único sonido
proviene de mi mente.
Si me deslizo
entre los dedos
congelados y ásperos
de la nada,
solo me dejaré caer
hasta estrellarme
en la realidad.
Y no habrá
nada que temer,
porque ese dolor errante,
que tantas veces
se nos presenta,
se fue asimilando lentamente,
algún tiempo atrás.
Las fibras de mi cuerpo
están preparadas
para huir de aquí,
y recomenzar el proceso
que me lleva
del hielo al fuego,
consciente
de ser como la luz
en este momento de amanecer.
Lentamente
se aleja el frío
y siento
que el alma se hincha
y el aire
y la sangre
y la alegría
y hasta el mismo miedo,
circulan los laberintos de la carne,
mientras las células
vibran otra vez,
entre el sueño y la realidad,
atravesando brillantes paredes
de esta materia roja y caliente,
que me acelera

domingo, noviembre 9

¿Me quieres?


-Leticia… ¿Me quieres?
-Claro que te quiero Tobías. ¡Tú lo sabes!
-¿Cuánto me quieres? ¿Mucho…? ¿Poco…?
-¡Bien sabes que te amo con toda mi vida! ¿Por qué lo preguntas?
-¡Dame un abrazo Leticia! ¡Dame ahora una caricia… un beso!
-¡Que cariñoso que estás hoy Tobías! ¿Qué te pasa?
-Nada Leticia. Solo quiero que el último recuerdo tuyo que habite en mi, sea uno agradable…
Entonces Tobías sacó el revolver del bolsillo interno de su campera y sin dudarlo, le disparó a Leticia las seis balas que contenía el cargador a quemarropa. Luego recargó su arma sin inmutarse, la guardó y metiendo la mano en el otro bolsillo de la campera, extrajo una fotografía que el día anterior le había entregado su hermano.
Sin mirar esa imagen, la arrojó con violencia y desprecio sobre el cuerpo sin vida de Leticia. En la foto podía verse a quien era su novia, besándose apasionadamente con una persona que conocía bastante bien: era Bruno, un viejo amigo de ambos.
El viento arrastró esa imagen hacia la dirección que él caminaba y se cuidó bien de no volverla a observar. Él no quería ver a su amada Leticia en esa traicionera situación, quería marcharse del lugar con un dulce recuerdo de ella.
Ahora Tobías iba rumbo a la casa de su amigo Bruno, para hacerle una visita de sorpresa.
Y bien podría decirse que terminaría “matándolo” de la sorpresa.
La fotografía dio vueltas y vueltas, durante horas, en el remolino de hojas que bailaba sin descanso sobre esa plaza desierta.

sábado, noviembre 8

Frases


El cielo,
poco a poco,
me está destruyendo.
Me asesina
porque irremediablemente
debo resucitar.
Mis cenizas
se volaron
en ese viento húmedo
que es el único lugar
en donde puedo habitar,
sin llegar a lastimarme.
Y así viajo
como meras palabras,
como un puñado de frases,
tan inocentes como mentirosas,
tan verdaderas como letales.
Debo dejarme llevar,
navegar confiadamente,
sin brújulas,
ni radares,
ni estrellas,
ni mapas,
ni indicaciones.
Marcho hacia a la deriva
y sin ningún temor,
porque no hay lugar
a donde llegar
cuando todo es tan relativo,
como el pasado y el futuro,
cuando todo es tan difuso
como ese mismo límite
que nos advierte
lo que es bueno y lo que malo,
cuando todo es tan intrigante
como lo que dispone
el destino o la casualidad.
Todo será maravilloso
cuando aquellos pasos
cansados y lastimosos,
logren
después de todo lo vivido
cruzar aquella línea soñada.

jueves, noviembre 6

La diosa de la peatonal


Una tarde primaveral, mientras andaba por la peatonal céntrica, la vi a ella, a la Diosa, caminando a solo unos metros de mí.
Ella era una mujer escultural, de cuerpo perfecto y belleza única, que dejaba tras su paso la exquisita fragancia de su perfume, con el que terminaba de aniquilar los corazones de la platea masculina.
Las mujeres, ya sean esposas, novias o concubinas, le metían codazos en el estómago a sus respectivas parejas para que de alguna forma dejaran de mirarla con ese gesto obnubilado.
Ella iba en su marcha triunfal, sabiéndose el centro de todas las miradas, no solo de quienes la deseaban, sino también de aquellas mujeres que la envidiaban, o directamente la odiaban.
Si bien ella miraba con desprecio a los desubicados que le gritaban obscenidades, insinuó algunas sonrisas ante un par de galanes que la saludaron respetuosamente.
Ella sabía explotar su imagen de mujer fatal y en cierta forma, jugaba con las fantasías que provocaba en los hombres.
Yo fui uno de esos babosos que casi la desnudaron con la mirada, y llegué a pensar que solo por una mujer así, valdría la pena perder la soltería.
Ella, majestuosa y despampanante, caminaba delante de mí, como lo haría una verdadera reina de belleza desfilando ante su público.
Sin dejar de contemplarla, por un momento me la imaginé mi mujer, mi compañera para toda la vida, la mujer con la que compartiría cada minuto. Tendríamos , y del bueno, al menos al principio, pero…
¿Y si resulta ser una de esas histéricas pendientes de su apariencia?
¿Y si detrás de su apariencia de come-hombres en realidad es solo una frígida más?
Pero bueno, en la pareja lo importante no es solo el , hay muchísimas actividades para compartir. Aunque por el culto que hace a su imagen, seguro se trata de una materialista con pocos placeres intelectuales. Sinceramente, no me la imagino hablando acerca de libros o películas o política…
Bueno, pero no por eso ella dejaría de ser una buena chica, aunque por la forma de caminar y esa constante actitud de llamar la atención, se la nota bastante pedante, altanera, egocéntrica, inalcanzable para el resto de los mortales, sintiéndose la joya más preciada de las creaciones de Dios.
Reconozco mi machismo arcaico y retrógrado, pero ella ¿Será capaz de de lavar la ropa, planchar camisas, preparar la comida, limpiar la casa, ser buena madre, cambiar pañales, hacer las compras…?
La verdad, es que la veo muy glamorosa, muy fashion, muy sofisticada para realizar esos quehaceres diarios.
Entonces, ya no pude contenerme más, me acerqué decidido y una vez que llegué hasta su lado, le dije:
-Discúlpeme, pero ni loco me pienso casar con usted, porque de hacerlo, dejaría al mundo sin la imagen de esta mujer única, bella e inalcanzable, que es usted. No puedo privar al resto de los hombres de las fantasías que usted nos despierta.
Entonces ella, me miró con sus enormes ojos celestes como el cielo, y corriendo los lacios cabellos azabaches de su rostro, me dijo con voz suave y sensual:
-No tiene de que afligirse. Yo ya estoy casada. Es más, tengo tres hermosos hijos.
Y ella siguió caminando, con su cuerpo perfecto y su belleza única, perdiéndose lentamente entre la marea humana que circulaba por la peatonal, sin permitir que ni un solo hombre se quede sin morir de amor por ella.

miércoles, noviembre 5

Aceitunas


Dentro del shopping se había ubicado un moderno stand, en el que una joven y bellísima promotora ofrecía a los ocasionales visitantes una aceitunas verdes para que pudieran probar su delicado gusto y excelente calidad. Yo probé unas cuantas, y verdaderamente valía la pena comprar alguno de esos potes que se ofrecían, caros pero de contenido exquisito. Un señor bien vestido y con aire señorial, se acercó al stand, hizo algunas preguntas y probó una de las aceitunas. Súbitamente, en cuestión de segundos, esa misma persona se encontraba tirada en el suelo, haciendo grandes esfuerzos por poder respirar. El hombre, de unos cincuenta años, rápidamente fue cambiando de color, hasta que sus mejillas quedaron pálidas por completo. Por más que intentaron, no pudieron revivirlo. Creo que ese tipo se había asfixiado con el carozo de la aceituna. Eso es lo que yo llamo tener mala suerte. La gente comenzó a rodearlo con mucha curiosidad, como suele suceder en cada accidente, una señora, seguramente su mujer, lloraba sin ningún tipo de consuelo, la joven promotora sufría un ataque de histeria y los guardias de seguridad intentaban despejar a la gente que se hallaba en el lugar. Yo, mientras tanto, me fui directo a casa, a tomarme una helada cervecita acompañada con unas ricas aceitunas verdes que compré en ese mismo stand. Así son las cosas, por más que uno lo intente, por más que uno se haga mala sangre, jamás se puede hacer que la vida cambie el curso que había planeado…

lunes, noviembre 3

La ayuda


El joven regresaba de la casa de su novia. Eran las diez de la noche y las calles, bastantes oscuras y desiertas, le obligaron a apurar un poco mas el pedaleo de su bicicleta. Todo iba bien, hasta que un tumulto en una esquina lo puso en estado de alerta. Un grupo de personas, quizás unas cinco, estaban golpeando a un chico que estaba tirado en el piso. El aminoró la marcha, ya que solo estaba a unos metros del lugar y solo se quedó un poco más tranquilo cuando tuvo la certeza de que esas personas comenzaban a alejarse de allí. Pudo ver aún a la distancia, como uno de ellos se retiraba del lugar con la mochila que aquel chico había sostenido con todas sus fuerzas cuando, indefenso en el suelo, era atacado con puntapiés y puñetazos. El joven se acercó a él, pedaleando lentamente, temiendo que aquella patota regresara. Solo se bajó de la bicicleta cuando se terminó de convencer de que ya no corría ningún peligro. El chico, de unos quince años, se quejaba adolorido, tirado sobre la vereda. Tenía la cara desfigurada, producto de los golpes que había recibido y tal vez tenía un par de costillas fisuradas. El chico intento ponerse de pie, pero el joven se lo impidió.
-Esperá hasta que pase alguien que pueda darnos una mano. No te muevas…
El chico no le prestó atención y lastimosamente se puso de pie, abrazándose al joven para no perder el equilibrio. Llevó temblorosamente la mano hacia el bolsillo trasero de su pantalón y sacó una pequeña cuchilla que, con un golpe seco y brutal y quizás con las pocas fuerzas que le quedaban, hundió en el abdomen del compasivo joven que se desplomó lentamente, con un gesto sorprendido, sobre la fría calle.
-No le pude robar la mochila a esos giles, pero me desquito con este otro gil.
El joven ladrón, aun bastante adolorido, sacó de uno de sus bolsillos un envoltorio que contenía cocaína y lo aspiró violentamente. Le quitó la billetera al joven que tirado en la acera comenzaba a desangrarse y luego de darle una violenta patada en la cabeza, se subió a la bicicleta que había quedado apoyada contra el cordón de la vereda y se marchó, lastimosamente del lugar.

domingo, noviembre 2

Esencia

"La metamorfosis de Narciso" Salvador Dalí


Silencio.
El olvido esta destruyendo todo.
Los instantes vividos
conforman una manada
de vientos helados
que cambian
constantemente
de dirección.
Marchan
a veces sujetos al azar,
en otras guiadas por el destino,
pero terminarán unidos
en un punto exacto,
donde alimentarán
a un desbastador tornado.
Silencio.
La mezquina esperanza
espera inmutable
la oportunidad de aspirar
el denso humo,
nacido de los días
que inevitablemente arden.
Busca intoxicarse
con esa esencia,
que viaja como un póstumo mensaje
prolijamente conservado
en el aire.
Silencio.
El cuerpo dormido
abandona el viaje
que el alma inquieta proseguirá,
y entre sueños
intentara derribar
la gruesa puerta
que nos mantiene presos
con la desolación.
Tal vez en ese momento
pueda recordar esos versos
que nunca he leído
ni recitado.
Descubriré
que viven dentro de mí.